“Vacía tu mente. Libérate de las formas… Como el agua.
Pon agua en una taza y serás la taza.
Ponla en una botella y serás la botella.
Ponla en una tetera y serás la tetera.
El agua puede fluir o puede golpear.
Sé agua, amigo mío”.
Con estas palabras, Bruce Lee protagonizó un anuncio, años después de su fallecimiento. Y es que la adaptación al cambio ha sido la actitud que ha permitido al hombre sobrevivir a lo largo de la historia.
A comienzos del siglo XX, los campos se araban con caballerías mientras que hoy utilizamos tractores, se regaba con una azada abriendo y cerrando surcos que dejaban pasar el agua de las acequias. Hoy, el riego suele ser automático, incluso se puede controlar desde un teléfono inteligente.
Podemos predecir el tiempo atmosférico de los próximos días, pero no medir anticipadamente las pérdidas que una tormenta de pedrisco puede causar a los cultivos. Los costes son elevados y, en ocasiones, representan la ruina de 1 año de trabajo.
Afortunadamente, y con la adaptación al cambio están los seguros agrarios que ya son indispensables para determinadas explotaciones. En España, este tipo de pólizas cubren los fenómenos que no pueden ser controlados por el agricultor, como un incendio, pedrisco, gota fría…
Un poco de historia
En nuestro país, el origen de los seguros agropecuarios se remonta a 1917, aunque se implantaron definitivamente en 1978.
Su desarrollo ha permitido, tanto al agricultor como al ganadero, garantizar la continuidad de su explotación a través de indemnizaciones en caso de siniestro. La compensación económica será proporcional al daño sufrido y a la cobertura contratada.
Estas pólizas mantienen un nivel de renta constante y refuerzan la solvencia financiera de los productores