Habíamos imaginado nuestra boda desde que decidimos casarnos: lugar, regalos, menú, fiesta, invitados… “¿Tantos?”, “Tantos, sí. No quiero que falte nadie a un día tan especial”. El último año habíamos invertido nuestro tiempo y dinero en organizarla, estábamos haciendo realidad lo que un día habíamos imaginado. Así que reservamos en el viejo Ayuntamiento de mi pueblo. El padre de mi amigo Lolo, concejal de toda la vida, y que nos había visto crecer, nos casaría. Lo último, antes de dejar su cargo para jubilarse.
Habíamos reservado uno de los salones para el banquete y después pasaríamos a los jardines, para el baile. También teníamos contratado el viaje de Luna de Miel, 10 días en Birmania.
Llegó el 14 de marzo y con él un estado de alarma que obligaba al confinamiento. El Covid19 se empezó a cebar con todos nosotros, de una manera o de otra. Nuestra boda no se celebró. Teníamos dos opciones, cancelar o posponer. Decidimos cancelar, no sabíamos cuándo podríamos celebrarlo como es debido. Y nos habíamos quedado sin maestro de ceremonias…
Lo dijo Charles Darwin “la especie que sobrevive es aquella que mejor se adapta al cambio”. Hay que readaptarse a la nueva situación, conseguimos flexibilizar las condiciones de cancelación, nos devolvieron la señal, y nos dieron la posibilidad de una segunda reserva y ya han abierto… El servicio de catering directamente se canceló. Nos gusta trabajar con profesionales, por lo que la Agencia de Viajes, dónde contratamos la Luna de Miel, se encargó de la cancelación, para los billetes nos han dado unos “tickets” que podremos gastar en un año. El hotel nos devolvió el dinero pagado, aunque con un pequeño coste de cancelación. Y los regalos para los invitados, seguro los podremos entregar. Más adelante.
Ahora solo esperamos poder celebrar la vida, juntos, por fin.